Motivos que comienzan en las falencias de un seleccionado que ya no es de primer nivel pero que es reflejo de un básquet nacional, que viene en franco deterioro desde hace más de una década. Crónica de una “muerte” anunciada.
Son días dolorosos para el básquet argentino… El dolor que traen las derrotas pesadas. Y, sobre todo, el dolor de ya no ser.
Un dolor que se profundiza cuando se mezcla con la añoranza, con aquellos días de gloria que supimos conseguir.
Tal vez no sea casualidad que falten horas para que se cumplan 19 años de, tal vez, el mayor hito en la historia del deporte argentino y que el mismo corresponda al básquet nacional. Y es aquel oro olímpico en Atenas el que colisiona de frente, como un camión ante una moto, con esta actualidad que nos tiene afuera del Mundial -comienza esta semana en Asia- y de la cita del año que viene en París. Un golpe demasiado duro que no sucedía desde hace cuatro décadas. Dos mazazos recibidos en apenas seis meses, ambos jugando de local y que, no hay dudas, reflejan la realidad de un básquet argentino inmerso en una grave crisis que, justamente, comenzó hace dos décadas, cuando todos festejaban y los que debían hacer, no hicieron. O lo que hicieron fue para su propia conveniencia…
Lo que pasó aquel 28 de agosto del 2004 fue demasiado potente. Una verdadera épica deportiva. A tal punto que eclipsó la medalla de oro del fútbol, lograda el mismo día, sólo algunas horas antes. Ganar un título importante en un deporte en el que Argentina siempre fue potencia era algo previsible. Y más en un torneo de segundo orden, donde no todos los países concurrían con sus mejores futbolistas. Y esto corre, incluso, para el último Mundial de fútbol. Es Argentina siendo campeón, no Bélgica o Uruguay. En el básquet, Argentina había sido campeón mundial, en 1950, pero luego casi nunca se había codeado con los mejores del mundo y en aquel torneo de Atenas, encima, estaban los top, incluyendo a un nuevo equipo estadounidense formado por figuras de la NBA, desde Tim Duncan hasta Allen Iverson, llegando hasta un joven LeBron James.
Pero, claro, enfrente estaba nuestra mítica Generación Dorada, con todo su talento, ambición, oficio, compromiso, corazón y personalidad….
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